Los Max que queremos

Ayer se celebró la gala de entrega de los XVII Premios Max de las Artes Escénicas y, como cada año, hubo polémica. A juzgar por los comentarios de muchos de los asistentes y por el implacable veredicto de Twitter, la ceremonia no gustó mucho (aunque algunos aplaudieron la sana intención de ofrecer un espectáculo diferente, cosa que siempre es de agradecer, incluso cuando la mayonesa no acaba de cuajar). Pero este año la polémica ya venía de lejos. La reformulación del sistema de elección de los ganadores y de las categorías que optaban a premio causó revuelo en su momento. Y ahora que ya se han repartido todas las manzanitas, llega el momento de reflexionar.

No voy a hablar de la gala, porque me parece anecdótico. Ha habido ceremonias mejores y las habrá peores, pero eso no es exclusivo de los Max. Además, vivimos en un país en el que cualquiera con una caña en una mano y un palillo en la boca asegura ser mejor entrenador de fútbol que Vicente del Bosque; las artes escénicas no se salvan de ese “yo lo haría mejor” tan nuestro. Pero eso no evita que todos podamos hacerlo mejor, y no me refiero a una noche en el Teatro Circo Price, sino a la organización de un evento que reúna a la familia de la farándula para promocionar su trabajo y celebrar la excelencia. Y eso va más allá de una gala.

Los Premios Max se nos han presentado siempre como los premios de referencia de las artes escénicas de España, equiparándolos con excesiva ligereza a los TONY Awards (EE.UU.), los Laurence Olivier Awards (Reino Unido) y los Molières (Francia). ¿Es eso así realmente? Comparemos algunos aspectos básicos de su organización.

Creación
Los TONY nacieron en 1947 y están organizados por The Broadway League, la asociación de productores teatrales de Broadway, y la American Theatre Wing, una fundación independiente y sin ánimo de lucro dedicada a promover las artes escénicas en la ciudad. Una asociación similar, The Society of London Theatre (SLT), organiza los Laurence Olivier Awards desde 1976. Por su parte, los Molières corren a cargo de la Association professionnelle et artistique du théâtre (APAT), que depende del Ministerio de Cultura francés. En nuestro caso, los Max son una iniciativa de una entidad de gestión de derechos, la Sociedad General de Autores (SGAE), y fueron creados en 1998.

Candidatos
Sólo pueden optar a los TONY los espectáculos teatrales estrenados en Broadway. Los espectáculos del Off no pueden participar y el teatro regional cuenta con un único premio especial que se otorga por recomendación de la Asociación de Críticos Americana y que consiste en una dotación de 25.000 dólares. A los galardones londinenses optan las producciones del West End por un lado y los llamados “affiliates” por otro, lo que sería el equivalente al Off neoyorquino. Los Molières tienen ámbito estatal y optan a ellos los espectáculos de teatros privados adscritos a los sindicatos pertinentes y de todos los teatros públicos (nacionales, regionales y municipales). En España, sólo pueden optar a los Max los espectáculos de creadores miembros de la SGAE.

Elección de nominados y ganadores
Las nominaciones de los TONY corren a cargo de un comité rotatorio de 50 profesionales del mundo del espectáculo. Los elegidos no pueden repetir en el puesto más de tres años y siempre votan en secreto. Los ganadores también son determinados en votaciones secretas por parte de los miembros de las asociaciones organizadoras (actualmente 868). En Londres, los premios teatrales son elegidos por un jurado compuesto por cinco profesionales cuya identidad se mantiene en secreto y ocho espectadores que van cambiando cada año. La votación abierta a todos los miembros de la SLT es anterior, en el período de nominaciones. Los nominados de los Molière son determinados por todos los directores artísticos de los teatros privados y públicos del país. La elección de los ganadores corre a cargo de todos los miembros de la Academia de los Molières (1.900 miembros). Hasta el año pasado, los Max se decidían en una doble ronda de votaciones abiertas a todos los socios de la SGAE. Actualmente, los candidatos a premio son designados por tres comisiones territoriales (Catalunya, Madrid y resto del Estado) formadas por cinco miembros. Otro jurado de nueve miembros selecciona a los nominados y un jurado distinto, también de nueve miembros, determina los ganadores finales.

Categorías
Además de las secciones habituales en este tipo de premios, que todos tienen en común, los TONY diferencian en espectáculos, directores e intérpretes de obras dramáticas por un lado y musicales por otro. También cuentan con premios específicos para revivals y libreto musical (no sólo composición). Los Olivier siguen el mismo esquema, pero incluyen también premios para producciones de danza, ópera y otras disciplinas, cosa que no ocurre en Nueva York. Por su parte, los Molière son muy escrupulosos en diferenciar las categorías de teatro privado y público. Además de las habituales, tienen una categoría para monologuistas y no contemplan categorías técnicas. Reúnen escenografía, vestuario e iluminación en un único Molière a la Creación Visual. En los Max, se ha puesto el acento en los premios revelación (espectáculo y autor) que no se otorgan en Nueva York, pero sí en Londres y París, aunque sólo para actores. Los Max han eliminado, no sin polémica, los galardones a actores secundarios y a autoría teatral en lenguas cooficiales.

Ceremonia
La gala de los TONY se celebra en Nueva York; los Olivier, en Londres; y los Molières en París. Los Max fueron itinerantes en sus primeras doce ediciones. Desde 2010 se entregan en Madrid.

Llegados a este punto, lo único que sacamos en claro es que cada certamen tiene sus propias características, que responden a las necesidades de su sector escénico. Así, los Max no se pueden comparar con los TONY, del mismo modo que los Olivier no se pueden comparar con los Molières. Y no tienen por qué hacerlo. Llevamos demasiado tiempo imitando fórmulas ajenas y ya va siendo hora de atender nuestras propias necesidades, partiendo de lo que es el teatro en nuestro país.

Y el teatro en nuestro país es anómalo: hasta hace escasas semanas, aquí no ha existido una Academia de las Artes Escénicas y aún no existe ninguna asociación o sindicato que represente a gremios tan importantes como los dramaturgos.

El teatro en nuestro país es eminentemente bicéfalo y bilingüe: Madrid y Barcelona se reparten el grueso de la producción teatral, sin que haya un equilibrio interregional de la oferta, como sucede en Francia o Alemania.

El teatro en nuestro país es excesivamente local: no hay un intercambio fluido entre producciones de las dos capitales y ya no digamos con otras ciudades. Sólo algunos pocos espectáculos comerciales rendibles se pueden permitir giras y no existe una red efectiva y estable que las facilite a nivel nacional.

El teatro en nuestro país es una oferta de ocio minoritaria: el número de espectadores no deja de disminuir y las recientes políticas económicas del gobierno no ayudan a cambiar las cosas precisamente.

El teatro en nuestro país no da para vivir a la mayoría de sus profesionales.

El teatro en nuestro país a menudo desprecia las obras de sus propios dramaturgos.

La lista podría seguir. Son muchos los problemas del teatro en nuestro país. Y hasta que no los atendamos, no tendremos unos premios adecuados. Alguien dirá que, visto lo visto, quizás los premios no son necesarios en absoluto, pero no estoy de acuerdo. Este tipo de certámenes van más allá de la elección de los mejores del año. Sirven para generar ilusión, apuntalar carreras, promover industria, celebrar la excelencia, fomentar el respeto, azuzar la motivación, crear lazos, en definitiva. Los premios son a un gremio lo que bodas, bautizos y comuniones son a nuestras familias. A menudo son insufribles, pero son ritos imprescindibles para que no nos olvidemos de lo que somos y, sobre todo, de lo que queremos ser. Y lo que queremos ser depende exclusivamente de nosotros.

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